El marido le exigió a su mujer que firmara los papeles del divorcio directamente en la cama del hospital, pero no esperaba quién sería el abandonado…

La habitación del séptimo piso de un hospital privado estaba inquietantemente silenciosa. El monitor cardíaco latía rítmicamente y las luces estériles iluminaban los pálidos rasgos de Harley, una mujer que se recuperaba de una cirugía de tiroides.

Aún no del todo despierto por la anestesia, Harley parpadeó y vio a su marido Mark de pie junto a la cama, con una pila de documentos en sus manos.

¿Te levantas? Bien. Firma.

Su tono era distante, completamente carente de simpatía.

Harley parpadeó confundido:

– ¿Qué es eso… qué tipo de documento?

Mark deslizó los papeles hacia ella y respondió secamente:

Formularios de divorcio. Ya los he llenado todos. Solo tienes que firmar.

Harley se quedó paralizada. Sus labios se separaron, pero tenía la garganta irritada por el procedimiento. Le faltaban las palabras. Sus ojos se llenaron de incredulidad y tristeza.

– ¿Esto es… algún tipo de broma de mal gusto?

– En serio. Ya te lo dije: no puedo seguir viviendo con alguien débil y constantemente enfermo. Estoy harta de ser la única que lo intenta. Merezco seguir mis verdaderos sentimientos.

La voz de Mark era desconcertantemente firme, como si estuviera hablando de cambiar de seguro y no de poner fin a un matrimonio de una década.

Una leve sonrisa cruzó los labios de Harley y las lágrimas corrieron silenciosamente por su rostro.

– Entonces… ¿esperaste hasta que no pudiera moverme ni hablar… para hacerme firmar esto?

Mark dudó un momento y luego asintió.

No me culpes. Esto tenía que pasar. Conocí a alguien. Ya no quiere vivir en secreto.

 

 

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