El marido le exigió a su mujer que firmara los papeles del divorcio directamente en la cama del hospital, pero no esperaba quién sería el abandonado…

Harley mordió suavemente. Le ardía la garganta, pero la verdadera agonía estaba en su pecho. Aun así, no gritó ni sollozó. Simplemente preguntó en voz baja:

– ¿Dónde está el bolígrafo?

Mark lo miró desconcertado. – ¿De verdad vas a firmar?

Tú mismo lo dijiste. Era solo cuestión de tiempo.

Le entregó el bolígrafo. Harley lo tomó con dedos temblorosos y escribió lentamente su nombre.

– Eso es todo. Te deseo paz.

—Gracias. Le devolveré los bienes acordados. Adiós.

Mark se dio la vuelta y salió. La puerta se cerró con un clic, demasiado suave. Pero no pasaron ni tres minutos cuando volvió a abrirse.

Entró el Dr. John. Era el viejo amigo de la universidad de Harley y el cirujano que la operó. Traía su historial médico y un ramo de rosas blancas.

—¿La enfermera dijo que Mark estaba aquí?

Harley asintió levemente y sonrió levemente:
—Sí, vino a divorciarse.

—¿Estás bien?

— Más que bien.

John se sentó a su lado, dejó las flores y sacó un sobre.

—Estos son los papeles del divorcio que tu abogado me pidió que guardara. Me dijiste: si Mark los traía primero, firmarías este juego y lo devolverías.

Sin pestañear, Harley abrió el sobre y firmó. Luego se volvió hacia John, con una expresión radiante de silenciosa fuerza:

— De ahora en adelante, viviré para mí. No me esforzaré por ser una “buena esposa”. No fingiré fuerza cuando esté agotada.

—Estoy aquí. No para reemplazar a nadie, sino para apoyarte si me lo permites.

Harley asintió levemente. Una lágrima se deslizó por su rostro, no de angustia, sino de paz.

 

 

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