En cuanto mi hija ganó 10 millones de dólares, me echó, me escupió “vieja bruja” y juró que no vería ni un centavo. Me quedé callada. Nunca se molestó en comprobar quién era el verdadero dueño del boleto. Siete días después…
Porque nunca revisó el nombre del billete.
Una semana después, su rostro estaba en todas partes: periódicos, televisión, redes sociales. “Joven madre soltera gana 10 millones de dólares en la lotería estatal”. Allí estaba, envuelta en ropa de diseñador que antes ni siquiera podía permitirse, brindando con su novio, sonriendo como si el mundo le perteneciera.
Lo vi todo desde la habitación de invitados de mi hermana en un viejo televisor. La rabia me hervía por dentro, pero permanecí en silencio. Esperé.
En el cajón de mi mesita de noche había un sobre amarillo. Dentro, el verdadero boleto ganador. Lo había comprado yo misma con mis ahorros en la gasolinera esa tarde. Lo había dejado en la mesa de la cocina, sin pensar jamás que lo cogería sin mirarlo. Nunca le dio la vuelta, nunca leyó el reverso. Porque en el reverso, con tinta negra, estaba mi firma: María Delgado.
En cuestión de días se volvió inaccesible. Su antiguo número desordenado. Sus hijos se fueron con su padre, olvidados mientras ella disfrutaba de su nueva vida. Cada noticia la mostraba más irreconocible: ya no era la hija a la que una vez mecí para dormir, ni la joven que una vez lloró en mis brazos después de un desamor. No, se había convertido en una extraña: hambrienta, orgullosa, intocable.
Guardé silencio.
Entonces llegó la llamada. El bufete de abogados estatal. Sus voces, formales y cautelosas:
“Sra. Delgado, hemos confirmado que el boleto ganador está a su nombre. Necesitamos que venga para la verificación final”.
Se me cortó la respiración. Me temblaban las manos. Esto no era un sueño. Era real. Ella nunca lo comprobó.
La mañana de la reunión fue lluviosa, como la noche en que me echó. Llevaba mi viejo abrigo marrón, ese del que se burlaba por anticuado. Y entré en esa oficina con la dignidad que ella había intentado arrebatarme.
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