Borradores de documentos financieros que Natalie había impreso desde los archivos de su oficina.
Capturas de pantalla de entradas del calendario que mencionan “evaluación” y “ajustes”.
Un pequeño recipiente que contiene una gota de glaseado del nivel superior del pastel, por si acaso resulta que es algo más que azúcar.
No pusieron los ojos en blanco.
No nos dijeron que nos calmáramos y nos fuéramos a casa.
Ellos escucharon.
Tomaron notas.
Llamaron a un supervisor.
Hicieron preguntas claras y precisas.
Uno de ellos finalmente dijo: «Hiciste bien en venir aquí antes de firmar nada. Hay suficiente aquí para que lo investiguemos de inmediato».
Por primera vez esa noche, sentí que podía respirar.
Regresando a la escena
Los coches de policía nos siguieron de vuelta al invernadero. Al entrar, el salón de recepción no se parecía en nada a la habitación que habíamos dejado.
El pastel había desaparecido, dejando solo una mancha de glaseado y flores de azúcar esparcidas por el suelo. Los invitados se agrupaban en grupos incómodos, susurrando. Algunos parecían irritados, otros preocupados.
Cole estaba de pie cerca del escenario en una silla, con la corbata aflojada y una expresión cuidadosamente moldeada en preocupación.
“Está abrumada”, decía. “Ya sabes lo creativa que es la gente. La presión, las expectativas… solo necesita tiempo. Por favor, no la juzgues”.
Algunos invitados asintieron con simpatía. Otros parecían dubitativos.
Entonces los oficiales aparecieron detrás de nosotros.
La mirada de Cole se posó primero en los uniformados, luego en mí. Por un instante, la sorpresa se reflejó en su rostro. No era la de un hombre aliviado por recibir ayuda.
Era la mirada de alguien que estaba recalculando.
Él bajó y comenzó a caminar hacia mí, con las manos levantadas, como si estuviera caminando hacia un animal asustado.
—Alyssa —dijo con suavidad—, estás molesta. No pasa nada. Hablemos en privado. Todos aquí lo entienden…
Un oficial se interpuso entre nosotros.
«Señor, le voy a pedir que se quede donde está».
La sala quedó en silencio. Los teléfonos volvieron a sonar, grabando. Algunos huéspedes mayores intercambiaron miradas, susurrando: «Algo va mal» y «Mírale la cara».
Cole apretó la mandíbula.
“Es un malentendido”, insistió. “Mi prometida está teniendo un episodio. Todos aquí vieron cómo ella…”
Di un paso adelante antes de que pudiera terminar. Mis manos aún temblaban, pero mi voz no.
—No —dije—. Están a punto de ver cómo te comportas cuando alguien no sigue tu guion.
Por un segundo, el encanto desapareció de sus ojos, dejando algo vacío y frío detrás.
—Alyssa —dijo en voz baja—, estás empeorando las cosas para ti misma.
Natalie se movió para pararse a mi lado.