—No has logrado nada —me decía mi marido—. Pero no sabía que su nuevo director ejecutivo era mi hijo de un matrimonio anterior…
—¡La camisa! ¡Blanca! ¿De verdad no lo adivinaste?
La voz de Rodolfo rompió el silencio de la mañana como una cuchilla afilada.
Se quedó de pie en medio de la sala, ajustándose furiosamente el nudo de su corbata más cara, mirándome como si fuera una criada descerebrada.
—Hoy presentan al nuevo director ejecutivo. Tengo que parecer un hombre millonario.
Sin mediar palabra, le entregué la percha con una camisa blanca impecablemente planchada. Me la arrebató de las manos como si le estuviera robando su preciado tiempo. Rodolfo estaba nervioso, y en esos momentos, se convertía en una mezcla de veneno y pasividad agresiva.
—Dicen que el recién llegado es un chaval. Y, sin embargo, ya es el director ejecutivo. Se apellida De la Vega.
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