Le di mis últimos 3 dólares a un desconocido en una gasolinera y me desperté siendo dueño de un imperio empresarial.
“Me llamo Daniel. Soy abogado. Represento a Walter. Falleció anoche y le dejó algo”.
Confundida, negué con la cabeza. “Debe estar equivocada. No conozco a nadie que se llame Walter”.
Daniel sacó una fotografía. Era el mismo hombre de la gasolinera.
“Te describió perfectamente”, explicó Daniel. “Walter era el director ejecutivo de WH Industries, una empresa multimillonaria. Según su testamento, te lo dejó todo”.
Reí nerviosamente. “Eso es imposible. Vivo en una furgoneta con tres hijos. La gente como yo no hereda empresas así”.
Pero Daniel no bromeaba. Me mostró los documentos oficiales con firmas y sellos.
En menos de una hora, nos estaba llevando a una mansión más grande que cualquier hotel que hubiéramos visto jamás.
Por primera vez en años, vi a mis hijos comer hasta saciarse. Lily lloró al ver su propia cama con sábanas limpias. Jace no dejaba de preguntarle si era real. Noah reía mientras corría por los largos pasillos. Su alegría llenaba la casa con más fuerza que cualquier lujo.
La Furia del Hijo
Fue entonces cuando conocí a Preston, el único hijo de Walter. Apareció justo después del funeral, con los ojos encendidos de rabia.
“¿Crees que te mereces esto?”, espetó en el estudio de Walter. “Mi padre no sabía lo que hacía”.
“Nunca pedí nada de esto”, respondí. “Solo lo ayudé a comprar agua”.
“Entonces devuélvemelo”, espetó Preston. “Déjamelo todo a mi nombre o te arrepentirás de haberlo visto”.
Al principio, pensé que era el dolor. Pero entonces comenzó el acoso.
Una piedra rompió la ventana delantera mientras mis hijos desayunaban. Nuestro coche quedó destrozado, con arañazos profundos, neumáticos pinchados y una nota amenazante: «Esto me pertenece».
Continua en la siguiente pagina