—¡Maldita sea! ¿Qué demonios crees que estás haciendo? ¡Qué asco! ¡Qué asco! ¡Eso es algo que nunca se toca!

Esa noche, no se dijo ni una palabra, pero la casa se sentía más fría. Horas después, Maya acostó a Lily en su cuna. No cerró los ojos en ningún momento.

Al amanecer, la Sra. Delaney la encontró en el rincón de la habitación del bebé, completamente despierta, con las manos temblorosas.

“Duerme a su lado”, susurró la mujer mayor, mirando a la niña que dormía plácidamente.

Nathaniel no dijo nada durante el desayuno. Llevaba la corbata torcida y el café intacto.

La segunda noche, Maya arropó a Lily y se apartó. La niña gritó. La Sra. Delaney entró corriendo. Nathaniel lo intentó. Nada la tranquilizó. Solo cuando Maya regresó, susurrando con los brazos abiertos, Lily se tranquilizó.

La tercera noche, Nathaniel se quedó junto a la puerta de la habitación. No entró. Escuchó. Ningún grito. Solo una débil canción de cuna, medio tarareada.

Llamó suavemente.

“Maya.”

Abrió.

“Necesito hablar contigo.”

Salió sigilosamente, cerrando la puerta con cuidado.

“Te debo una disculpa”, admitió Nathaniel.

Silencio.

“¿Por qué?”, ​​preguntó Maya con serenidad, ni tierna ni dura, simplemente firme.

“Por cómo hablé. Por lo que dije. Fue cruel. Estuvo mal.”

“Lily sabe la verdad”, respondió.

 

 

⏬ Continua en la siguiente pagina ⏬

Leave a Comment