
Me acosté con un extraño cuando tenía 60 años y a la mañana siguiente la verdad me impactó.
Lo confronté de inmediato:
“¿Quién eres realmente? ¿Por qué tienes una foto de mi esposo aquí?”
Ramírez guardó silencio un momento y luego suspiró:
“Alejandro y yo fuimos compañeros de clase… y también camaradas en una época difícil. La vida nos separó, y nunca pensé que te volvería a encontrar en circunstancias como estas”.
Sus palabras me hicieron estremecer. ¿Cómo era posible que el mejor amigo de mi esposo nunca hubiera aparecido en nuestras décadas de matrimonio? ¿Por qué solo ahora, en una situación tan dolorosa y confusa, me enteré de su existencia?
Ramírez me miró fijamente y añadió:
“Hay algo más… algo que debes saber. Antes de morir, Alejandro me dejó un mensaje”.
Sentí como si el mundo se hubiera detenido. Todos estos años, había vivido con la idea de que su muerte fue repentina, sin dejarme ningún mensaje. Pero ahora, me decían que sí había dejado algo inconcluso.
La habitación, iluminada por los primeros rayos de sol que entraban por la ventana, se volvió sofocante. La debilidad de la noche anterior me había hecho caer, pero la revelación de esta mañana me destrozaba aún más.
Intenté levantarme para irme, pero algo dentro de mí me detuvo: miedo, curiosidad y una extraña intuición de que mi vida estaba a punto de cambiar para siempre.
Ramírez me ofreció una taza de té, su mirada serena pero llena de enigmas. Y entonces empezó a contarme: de jóvenes, él y Alejandro compartieron años de lucha, sueños y secretos que nunca revelaron a nadie.
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