Me escondí detrás de la puerta, con el corazón latiéndome con fuerza. Mi yerno se sentó, abrió el cartón de leche, tomó un poco con una cuchara y luego…

Noche tras noche, sobre las dos o las tres de la mañana, oía el leve crujido de la puerta del refrigerador al abrirse.
Al principio creí que era un ratón o quizás algo que se movía con el viento.

Poco a poco, sin embargo, me di cuenta de que había una visita en la cocina. Una noche, al salir a escondidas, vi a Daniel registrando el refrigerador a oscuras. En lugar de volver a la cama, sacó algo y se escabulló sigilosamente al balcón. Se quedaba allí horas enteras.

Al principio pensé que simplemente tenía hambre a esas horas. Pero entonces, ¿por qué a escondidas? En lugar de comer en la cocina, ¿por qué no comer afuera, en el balcón? Mi corazón empezó a latir con fuerza. Aunque Daniel siempre le había mostrado respeto a Helen, ¿le ocultaba algo? ¿Tenía dificultades económicas? ¿O algo peor? No soportaba ver sufrir a Helen porque aún estaba mejorando. Así que decidí estar alerta.

La noche siguiente, fingí dormir, pero mantuve el oído atento. Efectivamente, justo antes del amanecer, el refrigerador se abrió. Salí de puntillas y miré por la rendija de la puerta. Para mi asombro, Daniel sostenía el bote de leche de fórmula de la bebé Nora.

Lo llevó al balcón, se sentó, mezcló un poco con agua y se lo bebió lentamente. Sentí una opresión en el pecho. ¿Un hombre de treinta años bebiendo a escondidas la leche de fórmula de su propio bebé en plena noche?

 

 

 

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