Me sorprendió ver a la criada correr al baño a vomitar justo cuando estaba preparando la cena…

Mil preguntas me llenaban la mente:

¿Estaba realmente embarazada? ¿De quién era este hijo? ¿Y por qué mi cuñado parecía tan involucrado?

Regresé a mi habitación con el corazón destrozado.

No dormí en toda la noche.

Al día siguiente, fingí estar tranquila e hice las tareas de siempre, pero en el fondo, decidí: tenía que aclararlo todo.

Llevé a escondidas el recipiente con la medicina a una farmacia cercana. El resultado me dejó sin aliento: era un medicamento para proteger un embarazo.

Ya no había ninguna duda. La criada estaba embarazada. Y el padre del niño… no hacía falta preguntar.

Esa noche, durante la cena familiar, dejé el envoltorio de la medicina y el informe de la farmacia sobre la mesa.

Miré directamente a mi marido y a mi cuñado. Ambos palidecieron, sin palabras de terror.

Sonreí fríamente:

“Muy bien. Uno se hace llamar marido, el otro cuñado. ¿Pensabas que era tan ingenua? Lo vi todo anoche”.

Mi marido tembló, intentó arrodillarse, tartamudeando:

“Yo… me equivoqué. Dame una oportunidad…”

Mi cuñado bajó la cabeza, incapaz de articular palabra.

 

 

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