Durante cuatro días enteros, una lluvia interminable azotó el estado de Veracruz.
El río Papaloapan se desbordó, arrasando casas, puentes y caminos.
En los noticieros, una y otra vez se repetía la misma frase:
“El poblado de San Mateo se encuentra totalmente incomunicado.”
En una casita humilde, en las afueras de Alvarado, un anciano de setenta años miraba la televisión con los ojos enrojecidos.
Se llamaba Don Ernesto Ramírez, y en su corazón había un solo pensamiento:
su hija Lucía, que vivía con su esposo y su pequeño hijo en San Mateo.
Llevaba tres días sin saber nada de ellos.
Las líneas telefónicas estaban caídas.
El silencio era más fuerte que el rugido del río.

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