No pudo comunicarse con su hija, que se había casado y vivía lejos. Un padre de 70 años abrazó una caja con comida y nadó a través de las aguas de una inundación para llevar ayuda a su hija que vivía en la zona más afectada…
Recordaba las últimas palabras de su hija antes de que se cortara la llamada:
“Papá, el agua ya llegó al patio… pero no te preocupes, estaremos bien.”
Esas palabras no lo dejaron dormir.
A la mañana siguiente, Don Ernesto tomó una decisión.
Empacó lo poco que tenía: un poco de frijoles, arroz, pan seco, leche en polvo, medicina, y una gallina viva —la que pensaba cocinarle a su nieto.
Metió todo en una vieja caja de unicel y, con un marcador negro, escribió sobre la tapa:
“Para mi hija Lucía – Con todo mi amor, Papá.”
Los vecinos trataron de detenerlo.
—“¡Don Ernesto, no lo haga! ¡El agua está muy brava!”
Pero él solo respondió con voz firme:
“Si me quedo aquí, ¿cómo voy a saber si mi hija sigue viva?”
Sin pensarlo más, se puso un chaleco salvavidas remendado, abrazó la caja y se lanzó al agua helada.
Las corrientes lo empujaban, los escombros golpeaban sus piernas, pero él siguió avanzando, paso a paso, con el alma en el pecho.
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