Con tan sólo 20 años, una joven y apasionada profesora vietnamita de una escuela primaria local falleció de cáncer de hígado, una enfermedad típicamente asociada a personas mayores o con problemas de salud a largo plazo.
Su repentina muerte conmocionó a su comunidad y provocó conversaciones serias sobre la salud del hígado entre los adultos jóvenes.
Esta maestra era enérgica, brillante y querida por sus alumnos. Nadie podría haber imaginado que detrás de su radiante sonrisa se escondía un cuerpo en silencio.
Durante meses, experimentó falta de apetito, fatiga y molestias estomacales ocasionales. Lo atribuía al estrés laboral y a que no acudía a sus chequeos médicos. Sin embargo, había señales sutiles pero significativas de que su hígado se estaba deteriorando; señales que muchas personas pasan por alto hasta que es demasiado tarde.
Según el médico que la atendió en sus últimas semanas, uno de los signos de advertencia de disfunción hepática más pasados por alto es un olor corporal inusual, específicamente en tres áreas: la boca, las axilas y los pies.
En el caso de la joven maestra, sus amigos y familiares recordaron posteriormente que tenía mal aliento persistente a pesar de cepillarse los dientes con regularidad. También se quejaba de sentirse sudorosa y tener un olor corporal extraño incluso cuando no realizaba actividad física.
Los médicos explicaron que un hígado deficiente no puede filtrar adecuadamente las toxinas de la sangre, lo que provoca la acumulación de sustancias nocivas en el organismo. Estas toxinas se excretan a través de la piel, el sudor y el aliento, lo que produce un olor perceptible. Cuando el hígado está gravemente dañado, como en casos de cirrosis avanzada o cáncer, estos signos se hacen más evidentes.
Las tres áreas que los médicos suelen mencionar son:
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