QUIERO ESOS 3 LAMBORGHINI, DIJO EL HOMBRE EN BERMUDAS Y SANDALIAS. TODOS SE BURLARON. ¡ERROR FATAL!

El aroma a cuero nuevo y metal pulido flotaba en el ambiente climatizado. Afuera, el calor del mediodía golpeaba el asfalto, pero adentro todo era elegancia, frialdad calculada y exclusividad absoluta. Este era un lugar donde solo entraban empresarios en trajes de diseñador, herederos de fortunas familiares, celebridades con guardaespaldas. No era un sitio para alguien vestido como si viniera de la playa. Don Miguel caminaba despacio entre los autos. Su mochila de playa colgaba de un hombro. Su camiseta polo color celeste estaba desteñida por años de lavados.

Las bermudas tenían flores naranjas y palmeras verdes estampadas. Las sandalias hacían un sonido suave contra el mármol. Su piel bronceada por el sol contrastaba con el blanco clínico de las paredes. Tenía barba grisácia de tres días y cabello despeinado que escapaba de su boné viejo. Parecía un turista perdido. Parecía alguien que se había equivocado de dirección. Sebastián fue el primero en acercarse. Sus zapatos italianos repiqueteaban con autoridad. Su traje azul marino estaba perfectamente planchado. La grabata italiana llamaba la atención.

El perfume caro llegó antes que él. Demasiado perfume. Sebastián era el vendedor del trimestre. Todos en la empresa lo sabían porque él se encargaba de recordarlo. Tenía 36 años y consideraba que esa concesionaria era su territorio personal. Miró a don Miguel de arriba a abajo. Una evaluación rápida, despiadada, y su conclusión fue inmediata. Este hombre no puede pagar ni las llantas de un Lamborghini. Pero don Miguel no se inmutó. Sus ojos recorrían el aventador amarillo con una expresión que Sebastián no supo interpretar.

 

No era admiración simple, era algo más profundo, algo casi nostálgico. Y ahí fue cuando don Miguel pronunció esas palabras que desencadenarían todo. Quiero esos tres Lamborghini. Sebastián parpadeó, luego sonríó. Luego se ríó y esa risa llamó la atención de Ricardo y Jorge. Espera, antes de continuar con esta historia increíble, necesito pedirte algo rápido. Dale like a este video ahora mismo. En serio, son solo 2 segundos. Suscríbete al canal porque aquí compartimos historias que te hacen reflexionar sobre cómo juzgamos a las personas.

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Se acercó también Jorge Villalobos, el gerente, dejó su café sobre el escritorio de cristal y caminó hacia donde estaba el anciano. Los tres formaron un semicírculo alrededor de don Miguel, como jueces preparándose para dictar sentencia. Sebastián habló primero. Su voz tenía ese tono condescendiente que usan las personas cuando creen que están hablando con alguien inferior. Disculpe, señor. Creo que se equivocó de lugar. La tienda de artículos de playa está tres cuadras más abajo. Aquí vendemos automóviles Lamborghini.

Ricardo soltó una risita. Jorge sonrió mientras se ajustaba el Rolex en su muñeca. un Rolex que en realidad era una excelente falsificación comprada en un viaje al extranjero, pero eso nadie en la concesionaria lo sabía. Don Miguel los miró con calma. No dijo nada todavía. Sus ojos pasaron de Sebastián a Ricardo, luego a Jorge. Había algo en su mirada que no encajaba con su apariencia, una serenidad profunda, una confianza que no necesitaba demostrarse con ropa cara o palabras fuertes.

Sebastián continuó, “Mire, no quiero ser grosero, pero cada uno de estos vehículos cuesta más de lo que la mayoría de las personas gana en 10 años. El aventador amarillo que usted está mirando tiene un precio de 450,000. El huracán rojo 300,000. El Urus Blanco 280,000. Estamos hablando de más de 1 millón en total. Entonces, a menos que usted sea un millonario disfrazado de turista, le sugiero que no pierda su tiempo ni el nuestro. Ricardo agregó su comentario.

Con todo respeto, don, esto no es un museo. No puede entrar solo a mirar. Esta es una concesionaria seria. Jorge asintió con la cabeza. Su gel para cabello brillaba bajo las luces. Sebastián tiene razón. Necesitamos verificar que los clientes tengan capacidad de compra real antes de continuar con cualquier proceso. Es política de la empresa. Don Miguel finalmente habló. Su voz era tranquila pero firme. Entiendo, pero yo dije que quiero esos tres Lamborghini y lo digo en serio.

Los tres vendedores intercambiaron miradas. Esta vez no se rieron. Había algo desconcertante en la seguridad con la que el anciano había pronunciado esas palabras. Sebastián decidió elevar las cosas. Muy bien, señor. Entonces, muéstreme alguna identificación y hablemos sobre métodos de pago. Don Miguel metió la mano en su mochila de playa. Sebastián, Ricardo y Jorge esperaban ver tal vez una tarjeta de débito maltratada o quizás nada en absoluto. Tal vez el viejo admitiría que era una broma y se marcharía avergonzado.

Eso era lo que ellos esperaban. Pero lo que don Miguel sacó de su mochila no fue eso. Sacó una billetera de cuero vieja y desgastada. La abrió con calma y extrajo una tarjeta de crédito black, una American Express Centurion. La tarjeta negra mate brilló levemente bajo las luces de la concesionaria. Los tres vendedores se quedaron callados por un segundo. La tarjeta Centurion cualquiera pueda tener. Se necesita ser invitado por American Express. Se necesita gastar cientos de miles al año.

Se necesita tener un patrimonio considerable. Sebastián recuperó la compostura rápidamente. Cualquiera puede conseguir una de esas tarjetas hoy en día. Probablemente es una falsificación. Ricardo asintió. O tal vez es prestada. Jorge cruzó los brazos. Señor, necesitamos verificar más que una tarjeta. Necesitamos comprobantes de ingresos, estados de cuenta, referencias bancarias. Don Miguel sonrió por primera vez. una sonrisa pequeña pero significativa. Puedo proporcionarles todo eso, pero primero quiero saber si ustedes realmente están interesados en vender o solo en burlarse de los clientes que no visten como ustedes esperan.

 

 

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