Un auxiliar de vuelo golpeó a una madre negra que acunaba a su bebé. La cabina estalló en aplausos hasta que una voz tranquila y autoritaria resonó por el intercomunicador, presentándose como su esposo y director ejecutivo de la aerolínea.

“Afirmativo”, dijo Mitchell. “Nos ha retrasado ocho minutos”.

Kesha finalmente habló, tranquila pero clara. “Mi billete muestra el asiento 2A. Pagué primera clase y agradecería que me trataran como corresponde”.

Mitchell resopló. “Señora, conozco todos los trucos. La gente como usted siempre intenta mejorar de categoría indebidamente”.

Al otro lado del pasillo, una estudiante universitaria transmitía en vivo desde su teléfono: “Chicos, este auxiliar acaba de golpear a una madre. ¡Increíble!”.

El número de espectadores aumentó rápidamente.

Mitchell, al ver las cámaras, se envalentonó aún más. “Si no puede controlar a su hijo, haré que lo saquen. La política de la aerolínea es clara”. Kesha abrió su bolso para sacar la fórmula, y un destello platino reflejó la luz: una tarjeta rara que escondió rápidamente. Su teléfono vibró: Oficina Ejecutiva de Skylink. Rechazó la llamada.

Mitchell se dio cuenta. “¿A quién llama? Nadie está pasando por encima de la ley federal”.

La risa recorrió la cabina.

El hombre de negocios murmuró: “Todos tenemos que ir a algún sitio”.

El capitán Derek Williams entró momentos después, con franjas doradas brillando bajo las luces del techo. “¿Qué pasa, Sandra?”

“Esta pasajera ha estado molesta desde que embarcamos”, informó Mitchell.

Williams examinó a Kesha —una madre joven, un bolso de diseñador— e instintivamente se puso del lado de su tripulación. “Señora, debe cumplir con las instrucciones de la tripulación”.

La transmisión en vivo alcanzó los quince mil espectadores.
La calma de Kesha los inquietó. “Quizás quiera verificar mi estatus de pasajera”, dijo con calma.

Mitchell se burló. “Basta de demoras. Reúne tus pertenencias o te escoltarán los alguaciles federales”.

 

 

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