Un niño de doce años, descalzo, se lanzó al río para salvar a un hombre vestido con un traje caro, sin saber quién era en realidad. Lo que el hombre hizo después dejó a todo el pueblo boquiabierto.

El niño junto al río
Cuando Aurelio, de doce años, vio a un hombre con un traje caro caer al río, no se imaginaba que su acto de valentía cambiaría para siempre no solo la vida del millonario más poderoso de la ciudad, sino también su propio futuro.

El sol del mediodía caía a plomo sobre Ciudad de Esperanza, envolviéndola en calor y polvo. Junto al río, un niño descalzo llamado Aurelio Mendoza caminaba lentamente por el sendero lleno de baches, con un saco de arpillera al hombro. No buscaba problemas, solo botellas vacías que pudiera vender por unas monedas.

Su camisa estaba rota, su piel bronceada por los largos días bajo el sol y su rostro cubierto de polvo. Pero en sus ojos oscuros brillaba una chispa que la pobreza jamás podría extinguir: una fuerza silenciosa que su abuela, Esperanza, siempre había admirado.

Habían pasado tres meses desde su muerte. Habían pasado tres meses desde que Aurelio dormía en bancos del parque, comía sobras y aprendía a sobrevivir a su manera.

«Hijo mío», solía decirle su abuela, «ser pobre nunca es excusa para perder la dignidad. Siempre hay una forma honesta de ganarse el pan».

Esas palabras se habían convertido en su guía.

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