
La iglesia estaba en silencio, llena solo de suaves sollozos y el crujido de los pañuelos. El aroma a lirios y rosas flotaba en el aire, mezclándose con el peso del dolor que se aferraba a cada banco.
En el frente, sobre una mesa cubierta con un mantel blanco, había un pequeño ataúd.
Era el tipo de escena que ningún padre debería tener que soportar jamás.
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