El corazón le latía con fuerza al abrirlo. Dentro había 50,000 pesos en billetes nuevos y una nota doblada escrita a toda prisa:
“Mamá, perdóname por mentir. No quería que mi esposa supiera que temía que pensara que favorecía a mi familia. Por favor, usa esto para tu cirugía. Te amo más de lo que puedo expresar. Tu indigno hijo, Ramón”.
A Dolores se le doblaron las rodillas y las lágrimas corrieron por sus mejillas, nublando las palabras. Cada gota contenía una mezcla de alivio, amor y perdón. Comprendió que el silencio de su hijo nunca había significado indiferencia; era miedo, oculto bajo el peso del orgullo y las circunstancias.
El Milagro
A la mañana siguiente, Dolores fue al hospital y entregó el dinero. La cirugía se demostró exitosa. Cuando despertó, débil pero viva, lo primero que vio fue a Ramón, sentado junto a su cama, con los ojos rojos e hinchados.
“Mamá”, murmuró con la voz quebrada. “Lo siento mucho. Ese día… tenía miedo de lo que diría mi esposa. Nunca debí haberte tratado así.”
Dolores sonrió levemente, su frágil mano cubriendo la de él.
“Hijo, una madre nunca se queda enojada. El dinero se puede recuperar, pero el corazón de una madre, una vez roto, nunca se puede recuperar.”
Ramón rompió a llorar, apoyando la cabeza en su mano como un niño. Afuera, la luz del sol se filtraba por la ventana del hospital, cálida y dorada, como el perdón.
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